"Un, dos, tres, zapatitos quietos", (aunque también podría llamarse "Un, dos, tres, al escondite inglés" o "Un, dos, tres, carabin caraban" o incluso "Un, dos, tres, botifarra de pagès" o...) está basado en ese juego al que seguro jugaron durante su infancia y que ahora desgraciadamente se está perdiendo (como tantos otros) arrasado por la dictadura del fútbol. El juego tiene unas reglas muy sencillas, las recuerdo en palabras de Carmen Martín Gaite: "Se pone un niño de espaldas, con un brazo contra la pared, y esconde la cara. Los otros se colocan detrás, a cierta distancia, y van avanzando a pasitos o corriendo, según. El que tiene los ojos tapados dice: "Una, dos y tres, al escondite inglés", también deprisa o despacio, en eso está el engaño, cada vez de una manera, y después de decirlo, se vuelve de repente, por ver si sorprende a los otros en movimiento; al que pilla moviéndose, pierde. Pero casi siempre los ve quietos, se los encuentra un poco más cerca de su espalda, pero quietos, han avanzado sin que se dé cuenta."

Pues bien, viendo jugar a mi hija a este juego me pareció que escondía una rica cantidad de metáforas sobre la vida en general y sobre la esencia de las imágenes que construimos en particular. El niño "que se la queda", cuando se gira comprueba que lo que ve es el resultado de un proceso que se ha producido cuando él no miraba, todo tiene lugar a sus espaldas, y apenas tiene otra capacidad, otra posibilidad que la de constatar que se le echan encima; testigo mudo y casi ciego de unos acontecimientos a los que asiste impotente. Pálida marioneta, desvaído reflejo de un mundo que no entiende y se le escapa...

El trabajo consta de nueve imágenes secuenciadas, realizadas en el preciso momento en que el niño "que se la queda" se da la vuelta para mirar a los niños que se le aproximan; mientras que estos, cada vez más cerca, permanecen quietos, inmóviles, burlones. Sin prisa.