12 fotografías de 170cms x 70 cms.
Dice el autor de estas fotografías que la mayor alegría que tuvo durante el transcurso de su realización fue el encuentro, no premeditado, con la poesía española del Siglo de Oro y en particular con la obra de Sor Juana Inés de la Cruz (1651?- 1695). En el libro “Las trampas de la fe” (1982) que Octavio paz dedica a la escritora, el autor mejicano narra las terribles dificultades a las que Sor Juana tuvo que enfrentarse para dar cauce a su creatividad, a su dignidad, a sus sentidos. En el México del Siglo XVII esta mujer tuvo que luchar contra una sociedad clerical, oscurantista y autoritaria que le obligó a buscar en las fisuras del sistema una manera de decir lo indecible, de pensar lo impensable aunque, finalmente, se vio obligada a abjurar de sus escritos y a pedir perdón a sus hermanas religiosas.
Más de trescientos años después parece que se ha hecho bueno aquello de que todo ha cambiado para que nada cambie. Muchos inquisidores ya no llevan sotana, no les hace falta, la inquisición la llevamos taladrada en el cerebro y nunca como ahora nos impregna la certeza de que tenemos muy pocas maneras de entender y de pensar el mundo, escasa capacidad para decir, distinto, lo que nos rodea. Así, y por mucho que le duela (y quizás ya ni eso), el autor de estas imágenes se siente aludido cuando un personaje de una viñeta de “El Roto” afirma: “me he hecho un bruto por pragmatismo, no quiero parecer un raro”.
Las "Ficciones" fotográficas que aquí se presentan beben de estos lodos y están formadas por un conjunto de panorámicas obtenidas por lo general en diversos pueblos y ciudades del País Vasco (dice el autor que es lo que tenía más a mano). Son imágenes que describen con distancia diversos paisajes urbanos, lugares que muestran los resultados de la actividad humana, sitios en construcción o en transformación, fábricas, coches…, días nublados. En ellos los individuos aparecen reducidos a meros contornos en el conjunto de la imagen, simples figuritas que merodean por un belén que no les pertenece, actorcillos aficionados representando una obra que no es la suya…, aunque, de pronto, se produce el milagro y esos personajillos se rebelan y se atreven a rescatar las palabras de aquellos que alguna vez intentaron pensar lo que no se piensa, que dijeron lo que no se puede llegar a decir. Gentes como Quevedo, San Juan de la Cruz, la propia Sor Juana Inés de la Cruz…
El aspecto formal de las piezas, a medio camino entre el cómic y la secuencia de imágenes que se da en una película cinematográfica, contribuye a enfatizar el aspecto ficticio del conjunto, su carácter de cuento, de invención. ¡Oiga, que esto no pasa de verdad, no se crea! Que es sólo una consecuencia de la nube que se le enquista en la mirada al autor cuando lee a Sor Juana o cuando recuerda a su amigo Vicente, hace ya de esto muchos años, acercándosele y diciéndole con tristeza: "Iñigo, ¡qué fea es la calle!"